Nuestra historia empieza en este pueblo sencillo que, lejos de ser el ombligo del mundo, parece representar para el propio protagonista un simple dato registral. Cesare Pavese nace en Santo Stefano (el 9 de septiembre de 1908) porque el aire del campo se considera propicio para la madre embarazada. Por casualidad, pues, aunque tenderá a sobrevalorar sus orígenes campesinos. Eugenio, su padre, canciller del Tribunal de Turín, posee en el pueblo casa y terrenos. Y es en la alquería de San Sebastiano donde Cesare ve la luz: un edificio que, aún conservando el estilo rústico, ha sido reformado con ciertas pretensiones: prueba de ello son la terracita asomada a la “carretera” que va a Canelli y los cipreses que ennoblecen el patio. El niño regresa cada verano a Santo Stefano pero en 1914 vive allí durante todo el año, frecuentando el primer curso de la escuela elemental. Su hermana Maria, seis años mayor, ha enfermado de tifus y mantienen a Cesare alejado de ella por precaución. Es un momento crucial, pues ese año muere su padre de cáncer en el cerebro. Y en 1916 la madre, Consolina Mesturini, venderá la casa de vacaciones para comprar una villa del siglo XIX en Reaglie, en la primera colina de Turín. El persistente vínculo del muchacho con el campo, con cuanto aún tácitamente se va sedimentando en él, es representado por Giuseppe Scaglione, familiarmente llamado Pinolo. Es hijo de un carpintero que tiene su taller en la Cabianca, en la misma carretera que va a Canelli, no lejos de la casa de Pavese. Pinolo, nacido en 1900, es una presencia relevante en la biografía pavesiana, aunque permanecerá mucho tiempo en la sombra. Su hermana Vittoria ha cuidado del pequeño Cesare y se ha convertido casi en un miembro de la familia. Cuando los Pavese se trasladan definitivamente, se la llevan como sirvienta a Turín y hospedan durante algún tiempo al propio Pinolo para que, iniciado en el oficio de aprendiz de mecánico, se labre un “porvenir”. Él no defrauda las expectativas, parece incluso encarnar la figura ideal, y vaticinada en esos años, del obrero que progresa. Trabaja en una fábrica como tornero y, tras una jornada de dura fatiga, asiste a la escuela nocturna. Pero siente agudamente el malestar de la condición obrera y no consigue acostumbrarse al ambiente sofocante del suburbio.