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Así era Lev Tolstói (I)

Autor Selma Ancira

Editorial EL ACANTILADO

Así era Lev Tolstói (I)
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La figura de Tolstói, compleja y polifacética, fascinó tanto a sus contemporáneos como fascina hoy a quien se acerca a sus obras. El escritor, el pensador moral, el asceta, el conde, el terrateniente, el labriego y...

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  • Editorial EL ACANTILADO
  • ISBN13 9788416748297
  • ISBN10 8416748292
  • Tipo LIBRO
  • Páginas 144
  • Colección CUADERNOS ACANTILADO #76
  • Año de Edición 2017
  • Idioma Castellano
  • Encuadernación Rústica con solapas

Así era Lev Tolstói (I)

Autor Selma Ancira

Editorial EL ACANTILADO

La figura de Tolstói, compleja y polifacética, fascinó tanto a sus contemporáneos como fascina hoy a quien se acerca a sus obras. El escritor, el pensador moral, el asceta, el conde, el terrateniente, el labriego y...

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Detalles del libro

La figura de Tolstói, compleja y polifacética, fascinó tanto a sus contemporáneos como fascina hoy a quien se acerca a sus obras. El escritor, el pensador moral, el asceta, el conde, el terrateniente, el labriego y, por encima de todo, el hombre capaz de inspirar una sincera admiración en quien lo trató, se ven reflejados en estos testimonios de personas que lo conocieron, lo trataron o simplemente lo observaron durante años. Cada uno de ellos refleja un aspecto de su personalidad desmesurada y
fascinante, como si fuera una tesela que dibuja, pieza a pieza, el complejo mosaico.

La visita al novelista ruso, conde Lev Tolstói, que es de lo que tratan estas páginas, tuvo lugar en la segunda mitad del mes de junio de 1886, aunque había sido planeada cerca de un año antes, en una de las minas de reclusos en la Siberia Oriental, como resultado de una promesa que hice a algunos amigos y conocidos del conde Tolstói que estaban, y aún están, presos en las desiertas vastedades salvajes del Transbaikal. Me enteré de que entre los prisioneros políticos en las minas de Nerchinsk había amigos y conocidos del novelista ruso, cuando se me pidió que le llevara un ejemplar de Confesión a uno de ellos, una mujer que cumplía una condena de doce años en las minas de Kara. El libro había sido prohibido por la censura eclesiástica; su publicación y circulación en Rusia habían sido definitivamente vetadas, y el ejemplar que me habían pedido que entregara era un manuscrito. Ignoro de qué manera, pese a los censores, los inquisidores, los abridores oficiales de paquetes, los requisadores, los registradores de cuerpos, los examinadores del equipaje, los policías y los gendarmes, encontró su camino hasta ese remoto pueblo de la Siberia Oriental en el que me pidieron que me hiciera cargo de él. Sin embargo ahí
estaba, una prueba silenciosa pero convincente de la inutilidad de las medidas represoras dirigidas contra el pensamiento humano. Eso mostraba que el Gobierno no había sido capaz de mantener un libro prohibido ni siquiera lejos de las manos de sus propios prisioneros políticos, esos que vivían bajo una estricta vigilancia en un asentamiento penal en el Transbaikal, a cinco mil millas de distancia del fértil cerebro en el que aquellas ideas prohibidas se habían originado.
GEORGE KENNAN (1845-1924), periodista y viajero estadounidense