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Bolonia no existe. La destrucción de la universidad europea

Autor Luis Alegre / Victor Moreno

Editorial ARGITALETXE HIRU S.L.

Bolonia no existe. La destrucción de la universidad europea
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Del PrólogoCarlos Fernández LiriaEl Plan Bolonia ha avanzado firme y seguro como una apisonadora, con total independencia de lo que opinara el mundo académico. La clave ha estado en una insólita acumulación de mentiras y de propagand...

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  • Verlag ARGITALETXE HIRU S.L.
  • ISBN13 9788496584266
  • ISBN10 8496584267
  • Gegenstandsart BUCH
  • Buchseiten 166
  • Sammlung Sediciones #
  • Jahr der Ausgabe 2009
  • Sprache Kastilisch
  • Bindung Gebunden

Themen

Hochschul

Bolonia no existe. La destrucción de la universidad europea

Autor Luis Alegre / Victor Moreno

Editorial ARGITALETXE HIRU S.L.

Del PrólogoCarlos Fernández LiriaEl Plan Bolonia ha avanzado firme y seguro como una apisonadora, con total independencia de lo que opinara el mundo académico. La clave ha estado en una insólita acumulación de mentiras y de propagand...

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Buch Details

Del Prólogo
Carlos Fernández Liria

El Plan Bolonia ha avanzado firme y seguro como una apisonadora, con total independencia de lo que opinara el mundo académico. La clave ha estado en una insólita acumulación de mentiras y de propaganda. También en un chantaje institucional. Bolonia han sido lentejas, que o las tomas o las dejas. Las instituciones universitarias se han visto obligadas a aceptar lo inaceptable porque no tenían otra opción que tragar con la reforma o resignarse a desaparecer.
Pero mentiras, propaganda y chantaje no han sido suficientes: también se ha recurrido a la calumnia.
La calumnia ha sido un ingrediente muy importante en esta revolución educativa que los ricos de la Unión Europea decretaron contra los pobres. Una vez que se decidió sacrificar la Universidad pública hasta volverla rentable, era vital desprestigiarla. Para ello, comenzó a repetirse una y mil veces que en la Universidad todo era corrupción y nepotismo, endogamia e incesto, absentismo y pereza. Se dio por cosa sabida e incuestionable que los profesores no hacían otra cosa que leer apuntes amarillos heredados del franquismo, que los alumnos no estudiaban más que el día anterior a los exámenes, aprendiendo de memoria rollos que no comprendían y que olvidaban inmediatamente después. Se llamó viejos y viejas a los profesores y profesoras, recomendando su jubilación anticipada, para que dejaran de hacer daño a los alumnos con la transmisión de sus obsoletos conocimientos. El retrato de los estudiantes no era menos ofensivo: campeones de ignorancia, que no sólo no sabían, sino que no sabían aprender y no sabían tampoco aprender a aprender. Se comparó a los Departamentos y Cátedras universitarias, literalmente, con pozos negros, y se proclamó que, por el contrario, la ciencia florecía en los espacios abiertos y floreados de las revistas científicas avaladas por rankings elaborados por empresas privadas estadounidenses. Se ofreció como prueba de la caducidad casposa de la universidad española el hecho de que sus investigadores siguieran publicando en castellano, en lugar de en inglés. Se acusó a los profesores de no saber enseñar por impartir lecciones magistrales sin utilizar el power point o consumir nuevas tecnologías. Se consideró prueba irrefutable de lo mal que estaba la Universidad el hecho de que hubiera cambiado muy poco desde los tiempos de Newton (cosa que además es falsa), como si todo lo que no cambiara al ritmo insensato del mercado debiera considerarse caducado. Sin respetar el principio de no contradicción, se acusó a los estudiantes de saber demasiado, es decir, de perder el tiempo en una sobrecualificación inútil que nadie demandaba, y también, de dilapidar el tiempo y el dinero fracasando año tras año en terminar la carrera. En suma, se lanzó sobre la Universidad la acusación más grave que se puede lanzar sobre una institución docente: ahí ni se sabe enseñar, ni se sabe aprender. Había que enseñar a enseñar a los profesores. Los alumnos debían aprender a aprender. Todo ello como si hasta ahora hubieran estado todos cazando moscas, a la espera de la revolución educativa de Bolonia, en la que, por fin, una legión de psicopedagogos desembarcaría en la Universidad para enderezar las cosas al gusto, por supuesto, de las demandas empresariales...

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