Un viaje a la India invita a mirar el mundo con otros ojos. La diversidad de sus paisajes es única, desde las majestuosas cumbres del Himalaya hasta el desierto de Thar o las kilométricas playas tropicales que permanecen casi intactas. Resulta también fascinante el contraste entre las formas de vida ancestrales de miles de millones de indios y el fuerte impulso de modernización que se extiende visiblemente por todo el país. La India está cambiando a pasos agigantados, y por eso, más que nunca, merece la pena visitarla. Mientras que en los templos, palacios, pueblos y parques nacionales late la vieja India, en las boyantes megaciudades se define el futuro de la alta tecnología.

Pero la vieja y apasionante India no ha quedado sepultada bajo los nuevos tiempos. El interior rural o totalmente salvaje entre el mar Arábigo y el océano Índico, o entre el Himalaya y el cabo Comorín, en el extremo meridional, continúa siendo vastísimo: hay selvas y estepas, desiertos y cordilleras nevadas. La India de los safaris del tigre, el elefante o el leopardo (safaris fotográficos, claro) no ha desaparecido. Tampoco la de los espléndidos santuarios rupestres, los fuertes medievales, los palacios de los marajás, los templos hindúes o las mezquitas de estilo mogol.

La alegría que expresan los rostros indios es sin duda motivo suficiente para visitar este país. A ello cabe añadir el increíble brillo de los colores, los palacios y las ruinas, los espléndidos templos, la impertinencia de los monos, la selva o el desierto: en la India todo tiene el encanto de lo inesperado, de lo que es completamente diferente.