El sol brilla sobre valles y mesetas. Castillos y fuertes cubiertos de hiedra esperan a los visitantes. Más allá de las casitas con techo de paja pastan unas ovejas mientras llovizna y sobre el mar puede verse el arco iris: Failte go Eireann: «bienvenido a Irlanda». Quien se desplace por la isla podrá disfrutar de su belleza con todos los sentidos: bebiendo una Guinness junto al fuego de turba de un bar, paseando por los acantilados, aspirando el olor salado de la espuma del mar o conversando con algún irlandés, ya que siempre están dispuestos a charlar. Vale la pena atreverse a cruzar el mar de Irlanda para descubrir un país lleno de magia.

Esta isla situada frente a la costa occidental de Gran Bretaña es como una gran piedra cubierta de musgo en medio del mar. Debe su exuberante vegetación a un clima suave fruto de la unión de la corriente del golfo y los vientos atlánticos. Con los vientos llega la lluvia y con ella se dan a menudo espectaculares cambios de luz durante los cuales no es raro ver el arco iris. La fuerza poética de su naturaleza es la base de las historias que se cuentan acerca de la isla verde y sus habitantes.

Estas historias tratan de bahías solitarias en las que el silencio sólo se ve interrumpido por los graznidos de las aves y el susurro de las olas. Tratan de pueblos pequeños y de su bronco encanto, de costas con acantilados profundos y escarpados. Y, naturalmente, también tratan de los propios irlandeses, esos contadores de historias alegres y al mismo tiempo melancólicos con los que es fácil entablar conversación. El carácter cambiante del clima irlandés ha engendrado un paisaje incomparable. Quien circula por sus carreteras rurales estrechas y tortuosas se hace cargo de inmediato de las «forty shades of green» (cuarenta tonalidades de verde) que se mencionan en numerosas canciones.