LA CIUDAD MÁS AMADA DE TODOS LOS TIEMPOS

Por ella lloró Jesús, y también los judíos de la diáspora, y los musulmanes cuando supieron que había caído bajo el empuje de los cruzados, y los palestinos que han quedado al otro lado del Muro de separación levantado por el Estado de Israel. A ninguna ciudad del mundo le han dedicado más canciones, más libros, más rezos. Y, sin embargo, cuando se divisan sus murallas, el viajero no puede evitar preguntarse por qué. El desencanto dura lo mismo que dura la pregunta. Un paseo por sus calles, la visión de sus monumentos, un cambio de luz, y se cae preso de su hechizo. Son tantas las referencias, que Jerusalén no se visita, se revisita. Al margen de las creencias o actitudes personales, estamos condicionados por hechos sucedidos en la ciudad o en sus inmediaciones: celebramos la navidad o la epifanía, descansamos en Semana Santa, festejamos la concepción de María.
A la vez, Jerusalén es también una ciudad mancillada por los más insidiosos pecados del hombre: intransigencia, rencor, mala voluntad... Los rifirrafes entre religiones y aun entre ramas de una misma fe se ven oscurecidos hoy por la pugna trágica entre palestinos e israelíes, debida a la propiedad de la tierra. La región es el nudo gordiano que bloquea cualquier proyecto de paz duradera en Oriente Próximo y Medio: esta no será posible hasta una resolución satisfactoria del estatus de la ciudad. Y esa solución no parece inminente, al menos mientras unos y otros no den muestras de una generosidad que todavía no se atisba.
Por fortuna, Jerusalén no es solo conflicto e inquina, dogmatismo y manipulación. También es determinación de salir adelante, voluntad de concordia, multitud de personas decididas a ser felices por encima de las circunstancias y de un entorno poco o nada propicio. Lo evidencian diversos protagonistas jerosolimitanos con sus ideas y su ejemplo a lo largo de este monográfico.
Un monográfico en cuya concepción intervinieron activamente dos grandes expertos en la ciudad, Jaume Bartrolí y Pere Vilanova, a quienes queremos expresar nuestro agradecimiento. Con su ayuda y la del resto de autores, residentes en Jerusalén la mayoría, aprendimos a desplazarnos por el laberinto local, por su apasionante complejidad, tan llena de matices como de alicientes y sorpresas para el viajero curioso.