Cesta de la compra

1001 discos de música clásica que hay que escuchar antes de morir

Autor Luis Suñén / Matthew Rye

Editorial EDICIONES GRIJALBO, S.A.

1001 discos de música clásica que hay que escuchar antes de morir
-5% dto.    35,00€
33,25€
Ahorra 1,75€
No disponible, consulte disponibilidad
Envío gratis
España peninsular

Aunque me cueste reconocerlo, a Erik Satie lo descubrí gracias al cine. Una aburrida tarde de domingo fui a ver con un amigo El velo pintado, un auténtico melodrama del que solo pude salvar la esplendorosa presencia de Edward Nor...

Leer más...
  • Editorial EDICIONES GRIJALBO, S.A.
  • ISBN13 9788425341465
  • ISBN10 8425341469
  • Tipo LIBRO
  • Páginas 960
  • Año de Edición 2008
  • Idioma Castellano
  • Encuadernación Tela

1001 discos de música clásica que hay que escuchar antes de morir

Autor Luis Suñén / Matthew Rye

Editorial EDICIONES GRIJALBO, S.A.

Aunque me cueste reconocerlo, a Erik Satie lo descubrí gracias al cine. Una aburrida tarde de domingo fui a ver con un amigo El velo pintado, un auténtico melodrama del que solo pude salvar la esplendorosa presencia de Edward Nor...

-5% dto.    35,00€
33,25€
Ahorra 1,75€
No disponible, consulte disponibilidad
Envío gratis
España peninsular

Detalles del libro

Aunque me cueste reconocerlo, a Erik Satie lo descubrí gracias al cine. Una aburrida tarde de domingo fui a ver con un amigo El velo pintado, un auténtico melodrama del que solo pude salvar la esplendorosa presencia de Edward Norton y la banda sonora. Tanto me gustó la música que me quedé hasta el final para leer los créditos, y su nombre apareció en la pantalla tan rápido como se desvaneció. Sin embargo, desde aquel día, Erik Satie pasó a formar parte de mi vida. Me costó la eternidad y un día aprenderme los títulos de sus más famosas composiciones (Gymnopédies y Gnossiennes), mucho más que recordar sus melodías, que no puedo dejar de tararear.

Algo parecido me sucedió cuando vi El piano y su The heart asks the pleasure first, probablemente el tema más conocido de Michael Nyman. Sin embargo, esta canción me agotó. Y, a pesar de tratarse también de composiciones para piano, las Gymnopédies y Gnossiennes, en lugar de aburrirme con el tiempo, cada día me fascinan más. Como afirma el crítico de BBC Music Magazine Rogert Thomas en 1001 discos de música clásica que hay que escuchar antes de morir, estas canciones, "compuestas como cadenciosos y amables valses melódicos, subvierten la tradicional sofisticación de la música para piano clásico al tiempo que presagian el enfoque disminuido de Scelsi y Glass, en el que los cambios básicos de tono, estructura de los acordes y la dinámica se vuelven casi precipitadamente relevantes". En otras palabras, juegan con la emoción. Los cambios de ritmo generan en el oyente altibajos emocionales responsables en cierta medida de esa adicción a las melodías de Satie.

Ahora, cada vez que veo una película en la que aparecen algunas notas del compositor francés, la califico inmerecidamente de "buena". Y digo inmerecidamente porque el mérito en muchos films lo tiene Satie o aquel que le eligiera como banda sonora. Un ejemplo muy claro es Pudor, película cuyo argumento los hermanos Tristán y David Ulloa podrían haber explotado mejor. Gymnopédies y Gnossiennes aparecen en numerosos films, entre los que destacan Los Tenenbaums, una familia de genios (2001), Los herederos (1998), Corina, Corina (1994), Bailar en la oscuridad (1986), Mi cena con André (1981), Elisa, vida mía (1976), Malas tierras (1973), Una historia inmortal (1966). Incluso han acompañado en alguna ocasión series de éxito como Nip/Tuck, Agatha Christie's Poirot o Expediente X.

Como afirma el crítico Rogert Thomas, la creación de las famosas Gymnopédies de Erik Satie puede haber venido desencadenada por algunos versos de un poema de J. P. Contamine de Latour, Les antiques (Los antiguos). El poeta fue compañero y supuesto amante de Satie. Inseguro y voluble, Satie experimentó a lo largo de su vida ambos extremos de la crítica. Apartado de sus estudios iniciales y considerado un estudiante fracasado, a los treinta y nueve años reinició su educación musical con mucho más éxito. Debussy primero lo admiró y luego lo rechazó, Ravel lo apoyó y Cocteau lo idolatró. En 1911 empezaron a reconocerse sus innovaciones, pero aquello se produjo demasiado tarde como para compensar toda una vida sumida en el olvido. Ha hecho falta mucho tiempo para que se reconociera su extraordinaria producción; espero que no sea demasiado tarde para este homenaje.

á

Más libros de Luis Suñén