Durante más de dos años se impuso una disciplina, hasta el punto de convertirse en algo obsesivo, casi angustioso para él: «Tenía miedo de parar, de quedarme empantanado. Cuando estaba pintando un cuadro, ya estaba pensando en el siguiente». A pesar de que afirma que la experiencia «ha sido interesante, hipnótica y liberadora», tiene claro que no repetiría en el futuro.

Este diario es una síntesis -«inconsciente», apunta Arroyo- de toda la iconografía que le ha acompañado a lo largo de su ya extensa carrera: boxeadores, moscas, sardinas, personajes de cuentos y de cómics... «No se trata de una enciclopedia de mi mitología -aclara-, aunque es difícil liberarse de los propios mitos e intereses». Por esta galería de 107 óleos -en los que no falta una buena dosis de humor e ironía, tan característica en su trabajo- van desfilando desde sus paisajes de La Muezca, su adorada montaña de León, que trata de ver con los ojos de su abuelo Eduardo, a un curiosísimo retrato de Isabel de Azcárate como Frida Kahlo. Una vez concluido, llenó un cubo con esencia de trementina y lo tiró contra el cuadro. Fue su peculiar forma de ocultarlo, de borrarlo. El resultado es un óleo de un gran misterio y una extraña belleza.

Una de las noticias que más le impresionó a Arroyo fue la aparición del cadáver de un jabalí en una céntrica calle madrileña, Mejía Lequerica; y una de las que más le divirtió fue ver a un pequeño bostezando mientras el presidente Bush leía un discurso en Orlando. Ambas escenas tuvieron su respectivo óleo. Tampoco se libraron de su mordaz pincel Piet Mondrian y Giorgio de Chirico, a quienes retrata como «pintores mentirosos» con largas narices; Guillermo Tell, Lenin, Valle-Inclán, Orson Welles, Drácula, Tolstoi, Buster Keaton, Cleopatra, Van Gogh (un mes después de haberse mutilado la oreja), Nabokov, Peter Ustinov, Boticelli... «Un día sí y otro también» es el título de un libro, editado por Turner, que recoge todas las ilustraciones y textos de este diario. Un diario que también ha dado pie a una exposición en la galería Metta, que permanecerá abierta al público hasta mediados de diciembre. Acompañan a las 107 pinturas de pequeño formato otras siete mucho mayores en las que el artista recrea a Durero.