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Cartas desde la cárcel. Antonio Gramsci
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Detalles del libro

Antonio Gramsci había nacido en 1891, en Ales, en la isla de Cerdeña, en el seno de una familia modesta y numerosa. En 1911 obtiene el título de licenciado de grado medio de estudios clásicos en Cagliari y se traslada a Turín para continuar la universidad con una beca. Comienza Filología clásica y Derecho, en cuyas aulas trabará amistad con Palmiro Togliatti. Durante esta época, se afilia al Partido Socialista, hace crítica teatral y publica sus primeros artículos sobre política, educación y cultura. Las condiciones de pobreza en que vive y algunos problemas de salud mal curados le impiden finalizar sus estudios. Siguió dedicándose al periodismo y, como tantos estudiantes europeos de la época, experimentó el impacto de la Revolución Rusa. En 1919 funda el semanario L’Ordine Nuovo. Italia vive un período de exaltación revolucionaria que se siente especialmente en ciudades industriales como Turín: los obreros ocupan las fábricas y nace el movimiento de los consejos, el consejismo, del que Gramsci fue uno de sus principales impulsores y teóricos. En 1921 se afilia al recién creado Partido Comunista de Italia. Desde entonces queda definitivamente vinculado a la actividad política revolucionaria. Viaja a Moscú en 1922 con los delegados italianos de la III Internacional. Allí vuelve a sentirse enfermo y tiene que ser ingresado en el sanatorio de Serebriani bor, donde conoce a Julia Schucht, con quien inicia una relación. Estando en Moscú, el 28 de octubre de 1922, se produce la Marcha sobre Roma, que permitirá a Benito Mussolini hacerse con el poder en Italia. Desde entonces y hasta su detención, Gramsci desplegará un desbordante y agotador trabajo político y organizativo: en medio del endurecimiento de las medidas represivas del fascismo, pasa a formar parte del núcleo dirigente del PCI y es elegido diputado por Venecia. Tras la supresión de las garantías constitucionales en Italia y la persecución, abierta ya, del Partido Comunista, es detenido y encarcelado a la edad de treinta y cinco años. La determinación que mostraron las autoridades fascistas para anular "el cerebro" y el espíritu de Gramsci resulto vana. Quien fuera infatigable activista en la prensa y en las fábricas de Turín, desplegó en prisión, a pesar de la incomunicación y de sus severos problemas de salud, una portentosa actividad intelectual, que quedó plasmada en sus imprescindibles Cuadernos de la cárcel, fundamentales para la teoría marxista y para el pensamiento filosófico en general, y en sus cartas, dirigidas a algún amigo y, sobre todo, a su familia: a su esposa Julia (o Yulca, como él la llamaba), a su cuñada Tatiana (su más fiel y firme contacto con el exterior), a su madre, a su hermano Carlo, a sus hijos… Pese a la férrea censura, en las Cartas aparece el filósofo, el pedagogo, el lingüista, el curioso que analiza cualquier atisbo de vida ["Has de saber, pues, que tengo un gorrión y tuve otro que murió, creo que envenenado con algún insecto (una cucaracha o un ciempiés). El primer gorrión era mucho más simpático que el actual. Era muy orgulloso y de gran vivacidad. El actual es humildísimo, de ánimo servil y sin iniciativas"], el estudioso que pide y comenta libros o explica los planes de trabajo que culminarán en los Cuadernos. Pero también el esposo que anhela una mejor comunicación con su mujer, el tierno hijo que recuerda a su madre detalles de su infancia y que quiere consolarla, el padre ausente que intenta intervenir con conmovedora vehemencia en la educación de sus hijos ["Querido Delio, me ha gustado tu rinconcito vivo con los pinzones y los pececitos. Si los pinzones escapan alguna vez de la jaulita, no hay que agarrarlos por las alas o las patas, que son delicadas y pueden romperse o dislocarse; hay que coger todo el cuerpo en el puño, sin apretar"], el preso que reafirma el principio moral de la resistencia y la necesidad de mantener las convicciones… Y, también, el progresivo sufrimiento de un hombre cada vez más aislado política y psicológicamente. Son la muestra más íntima de la profunda humanidad y la altura moral de quien había escrito: «Cuántas veces me he preguntado si era posible ligarse a una masa cuando no se había querido a nadie, ni siquiera a la propia familia, si era posible amar a una colectividad cuando no se había amado profundamente a criaturas humanas individuales. ¿No iba a tener eso un reflejo en mi vida de militante?, ¿no iba a esterilizar y a reducir a mero hecho intelectual, a puro cálculo matemático, mi cualidad de revolucionario?». Publicadas diez años después de su muerte, en 1947, las Cartas ganan el Viareggio, máximo galardón literario de Italia. La editorial Einaudi publicó una nueva edición a cargo de Sergio Caplioglio y Elsa Fubini en 1965. La edición más completa apareció en 1996, al cuidado de Antonio A. Santucci...