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Estuche Jin Ping Mei. El erudito de las carcajadas I y II

Autor Anònim

Editorial EDICIONES ATALANTA, S.L

Estuche Jin Ping Mei. El erudito de las carcajadas I y II
-5% dto.    105,00€
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España peninsular
  • Editorial EDICIONES ATALANTA, S.L
  • ISBN13 9788493846671
  • ISBN10 8493846678
  • Tipo LIBRO
  • Páginas 2804
  • Colección NARRATIVA #
  • Año de Edición 2011
  • Idioma Castellano
  • Encuadernación Cartone

Estuche Jin Ping Mei. El erudito de las carcajadas I y II

Autor Anònim

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Detalles del libro

Leyó: Jin Ping Mei en verso y en prosa. El mensajero que le había entregado la caja de brocado que contenía el manuscrito le había susurrado al oído: «El amo dice que sólo puedes disfrutar de él tú, mi señor; que no lo lean otros ojos, sobre todo que ninguna otra mano roce sus páginas». Excitado, apartó la primera hoja y, al percibir el suave tacto del papel, pura seda, se dijo: «Se nota que el libertino sabe disfrutar. ¡Qué papel tan delicado para una novela vulgar!». Y no pudo evitar sentir un estremecimiento de placer al saberse uno de los pocos privilegiados que tenían acceso a ella. Él le había dicho en el burdel: «No creas que es una de esas historietas pornográficas. Ésta sí posee belleza, lujo, poder y, sobre todo, unas descripciones de lo más explícitas…; prepárate para arder, es puro fuego».
Y comenzó con el título del capítulo I: «En la cresta de Jingyang, Wu Song mata a golpes a un tigre. Pan Jinlian desprecia a su esposo y vende su encanto». Ya le había explicado: «Verás, empieza con el fornido Wu Song, pero a quien le dedica tiempo de verdad es a la hermosa Jinlian, «Loto de oro»; casi puedes ver sus pies, tan diminutos, tan sensuales…, te darán ganas de acariciarlos, de besarlos, de introducírtelos en la boca…». Sin duda, la Jin del título debía de referirse a ella, pero ¿quiénes serían Ping y Mei? Las primeras páginas no prometían demasiado: hablaban de famosos personajes virtuosos y enamorados, y el texto despedía cierto tufillo moralizante: «¡Ya tengo yo bastante con fingir que leo a Confucio y los libros de historia! Éste me ha tomado el pelo, ¡maldito cabrón!». Estaba ya a punto de desistir en torno a la octava carilla –la constancia no era una de sus cualidades– cuando sus ojos se posaron en la frase: «Este libro trata sobre una hermosa muchacha de corazón de tigre…, una mujer licenciosa que se unió a un ser depravado…». ¡Por fin! Eso era lo que él buscaba.
Y continuó leyendo. Leyó la conocida historia de cómo Wu Song mataba al tigre; sabía que pronto conocería a su cuñada…(Él y todos sus amigos habían leído hacía años A la orilla del agua, habían disfrutado y aprendido algunos trucos, sentían que les había enseñado a ser hombres, y un fortachón como Wu Song, tan valiente y aguerrido, era el modelo perfecto…, pero aquello era cosa de chiquillos; él necesitaba ahora diversiones de otro tipo.) Y apareció Jinlian, «de tez de melocotón y cejas finas y arqueadas como el creciente de luna», y se rió de ese viejo que se la beneficiaba, y el calor empezó a nacer con la descripción de su intento de seducir al fortachón: «Sin pudor alguno, dejaba asomar ligeramente su delicado pecho…», y siguió hasta el final del primer capítulo y quiso leer más. Y leyó su primer encuentro con Ximen Qing, el «ser depravado», y cómo éste la conquistó, y cómo se entrelazaron…, y siguió leyendo y leyendo, y leía y leía. Las hojas de aquel papel tan suave se dejaban pasar con dificultad, así que debía humedecerlas con la punta de los dedos para que se adhirieran mejor y poder así continuar leyendo…Entonces conoció a Chunmei y a Li Ping’er, y el calor se intensificaba en la parte inferior de su abdomen –el «campo de cinabrio» le decían–, y cada vez leía con más ansia, y más rápido pasaba las hojas, y más se humedecía los dedos que iban, incesantes, del papel a la lengua y de la lengua al papel. El calor se convirtió en fuego, y de pronto el fuego comenzó a ascender, y ya no resultaba tan placentero, se estaba convirtiendo en una especie de dolor ardiente y sordo en sus entrañas. Pero nada podía detenerlo, leía y leía y el dolor se acrecentaba mientras la vela se consumía destilando lágrimas…"

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