Casa de títeres plantea al lector una primera duda: ¿es un relato o una novela? Tal vez ese mismo lector, u otros, pueden responder que qué más da. Y es cierto, pero quiero traerlo porque es la primera pregunta en un libro que nos va a presentar muchas interrogantes, ya que jugará con nosotros en el mundo de los sueños y de la realidad, de lo imaginario y de lo real, y en muchas ocasiones el lector se preguntará dónde está en ese momento, si despierto o durmiendo.

Una escalofriante realidad se abrirá ante Anna al cumplir los doce años: “cielo, tus padres y tus hermanos eran seres creados por mí para que te cuidaran hasta que estuvieras preparada para venir conmigo” (Pág. 31) y será a partir de este momento cuando ya no sabremos en qué lugar estamos, ni tampoco si lo vivido era real, o un sueño, o es irreal lo que ahora estamos viviendo y real lo que ya hemos dejado atrás.

¿Puede ocurrir que todos nuestros recuerdos, todo cuanto hayamos vivido sea una mentira, una implantación, como le ocurría a Rachael en Blad Runner? Una novela donde esos momentos de fantasía se fusionan con el odio, con las ganas de venganza, con vivir para colmar el dulce momento de la venganza, pero también de deseos de amor: “sólo hay un amor para cada uno de nosotros, Anna, cuando lo encuentres agárralo fuerte y no lo sueltes...” (Pág. 50), le dirá su tía antes de besarla y marcharse, según ella creía, para siempre.

Porque esa es otra de las incógnitas que deberemos descubrir: ¿las cosas pasan como parece que ocurren o ni tan siquiera se mueven y son todo fruto de los poderes que Anna ha heredado y ha aprendido a dominar.

Os sorprenderá la sencillez con la cual Isabel nos relata esta historia de enfermizo odio, de magia, y de esperanza.