Cesta de la compra

Mozart: hermetismo, alquimia y masonería

Autor Juan Almirall Arnal

Editorial FUNDACIÓN ROSACRUZ

Mozart: hermetismo, alquimia y masonería
-5% dto.    25,00€
23,75€
Ahorra 1,25€
No disponible, consulte disponibilidad
Envío gratis
España peninsular

CONFERENCIA DADA POR JUAN ALMIRALL ARNAL, EN VALLADOLID, AUDITORIO CAJA DE ESPAÑA, EL 12 DE FEBRERO DE 2010, Y EN LA UNIVERSIDAD DE OVIEDO, AVILÉS, EL 13 DE FEBRERO DE 2010:En torno al siglo IV a.C., corrí...

Leer más...

Materias

Esoterismo

Mozart: hermetismo, alquimia y masonería

Autor Juan Almirall Arnal

Editorial FUNDACIÓN ROSACRUZ

CONFERENCIA DADA POR JUAN ALMIRALL ARNAL, EN VALLADOLID, AUDITORIO CAJA DE ESPAÑA, EL 12 DE FEBRERO DE 2010, Y EN LA UNIVERSIDAD DE OVIEDO, AVILÉS, EL 13 DE FEBRERO DE 2010:En torno al siglo IV a.C., corrí...

-5% dto.    25,00€
23,75€
Ahorra 1,25€
No disponible, consulte disponibilidad
Envío gratis
España peninsular

Detalles del libro

CONFERENCIA DADA POR JUAN ALMIRALL ARNAL, EN VALLADOLID, AUDITORIO CAJA DE ESPAÑA, EL 12 DE FEBRERO DE 2010, Y EN LA UNIVERSIDAD DE OVIEDO, AVILÉS, EL 13 DE FEBRERO DE 2010:


En torno al siglo IV a.C., corría por Sicilia una leyenda órfica sobre una copa de fuego, a la que llamaban CRATERA. En dicha leyenda se inspiraron los filósofos pitagóricos y platónicos, para componer el mito de la creación del Alma del Mundo. Platón nos relata en el Timeo, como el Demiurgo hizo una mezcla de sustancias, mortales e inmortales en una CRATERA, de la que surgieron, primero, el Alma del Mundo, y luego las almas individuales. La palabra CRATERA se encuentra en el origen etimológico de las palabras CRATER y GRUTA. El CRATER del volcán, como el siciliano ETNA, activo ya en aquella época, hizo pensar a los pitagóricos y a Platón, que en el centro de la Tierra se encontraban ríos de lava, a los que iban a parar las almas de los muertos, para purificarse con el fuego.

Diógenes Laercios nos cuenta en sus Vidas de Filósofos Ilustres que Empédocles de Agrigento, filósofo pitagórico y mago, había muerto al caer en dicho volcán siciliano. Cito: “Y tú, Empédocles, antaño, al purificar tu cuerpo en sutil llama, apuraste el fuego en inmortales cráteres. No diré que por propia voluntad te lanzaste al flujo del Etna…”

Ya en nuestra era, Hermes Trismegisto también nos habla de una CRATERA. La copa hermética servía para purificar el alma de los hombres que se bautizaban (sumergían) en ella, y así recibían el Noûs, el ESPÍRITU INMORTAL.

“El Demiurgo hizo la totalidad del cosmos, no con las manos, sino con el Logos. Piensa por ello que está presente, que existe eternamente, que creó todas las cosas, que es uno y único y que creó todos los seres por su propia voluntad… Pero si bien el creador, oh Tat, repartió entre todos los hombres el logos, la RAZÓN, no hizo lo mismo con el noûs, el ESPÍRITU INMORTAL. Y no porque menospreciara a algunos, porque el menosprecio no procede de allá, sino que se encuentra solamente aquí abajo en las almas de los hombres que carecen de noûs. – Entonces padre, ¿por qué no concedió Dios el noûs a todos los hombres? – Porque quiso, hijo mío, que el noûs se asentara entre las almas como premio a la carrera. - ¿Y dónde lo emplazó, padre? – Llenó con el noûs una gran Kratêra y la envió a este mundo acompañada de un heraldo que tenía la misión de proclamar a los corazones de los hombres estas palabras: “Bautízate (báptison) en esta Kratêra tú que puedes hacerlo, tú que confías en que retornarás junto al que la ha enviado y sabes por qué has nacido”. Aquellos que comprendieron la llamada y se bautizaron en el noûs, participaron de la gnosis y se convirtieron así en hombres perfectos (téleioi ánthrôpoi), dotados de noûs, del ESPIRITU INMORTAL.” Hermetica IV “Hermo pros Tat ho kratêr, hê monas”.

La palabra griega “KRATÊRA” o cráter tenía varias acepciones: por una parte, designaba a una vasija grande para mezclar el vino con el agua, y que también servía para hacer libaciones; pero también se utilizaba para designar una CAVERNA o un cráter volcánico, es decir, un gran agujero en la Tierra, del que manaba el fuego del Tártaro.

La Teogonía griega comenzaba con la diosa Gea, la diosa Tierra, sobre la cual se extendía el Cielo, Urano, y bajo la cual se encontraba el Tártaro. Por tanto, sin duda el cráter alude a la religión de la gran Madre, la diosa Deméter y su Hija Infernal, la terrible Perséfone, celebrada desde muy antiguo en el famoso Santuario de Eleusis, a pocos kilómetros de Atenas.

Además, en el Himno Homérico a Deméter, que es uno de los pocos testimonios sobre los Misterios de Eleusis que los griegos nos han permitido conocer, vemos a la Diosa Deméter purificando al príncipe Demofoonte con fuego, lo que provoca el horror de los reyes eleusinos. Descubierta la Diosa, aclara que solo aquel fuego podía aportar la inmortalidad al príncipe. Este Himno confirma la revelación de Hermes Trismegisto sobre el Cráter enviado por Dios, la ardiente copa celeste y el fuego de la Diosa, purifican al alma y otorgan la inmortalidad.

En la religión helenística, Hécate, diosa de la magia, Perséfone, Señora de los Infiernos y Artemisa, diosa lunar por excelencia, formaban una única divinidad, y además, estaban identificadas con la Luna y sus fases. Esta diosa polimorfa simbolizaba el Alma del cosmos, la Naturaleza. Una diosa de triple rostro, Artemisa-Hécate-Perséfone, como las caras de la Luna, que en Efeso se representaba como una mujer con múltiples pechos: Artemisa polimastia. Dadora de bienes y Madre del Cosmos y sus criaturas, fue considerada una Diosa fundamental por todos los filósofos platónicos, así como por los Misterios Egipcios, que se propagaron por todo el Imperio Romano, donde esta Triple Diosa es invocada con el nombre de ISIS.

Pero volvamos a la tradición órfico-pitagórica que relacionaba el fuego, la kratêra y las divinidades infernales. De hecho, de lo que se trataba era, como dice Hermes, de purificar el alma por medio del fuego y del agua, antes de elevarse por los cielos.

Platón también recoge en otro diálogo, el “Fedón” una sorprendente descripción de la geografía infernal. Describe el Tártaro como un lugar en el interior de la tierra, donde múltiples corrientes se encuentran en una laguna central, el Aquerusíade, donde las almas de los hombres son purificadas. Una de estas corrientes: “el río que denominan Piriflegetone”, está formado por torrentes de lava, que luego “arroja fragmentos al brotar en cualquier lugar de la tierra”. Platón estaba fascinado por el volcán Etna, que pudo ver cuando visitó la isla de Sicilia.

Pues bien, Platón nos explica que en el Tártaro las almas de los difuntos son arrojadas, según sus crímenes, a los diferentes ríos que menciona. El agua y el fuego preparaban al alma para su viaje celestial, que sólo era posible gracias al noûs, el ESPIRITU INMORTAL O LA INTELIGENCIA DIVINA. El noûs permitía al alma traspasar las esferas planetarias, y alcanzar la bóveda estrellada.

Fue en el siglo V a.C., en Atenas, donde vemos aparecer la Filosofía del Noûs, de la mano de Anaxágoras de Clazómenas. Para este filósofo el Noûs es la misma Mente Divina, la que ha ordenado el Cosmos, gracias a su movimiento circular.

Esta idea es recogida por Platón, que, al igual que Anaxágoras, identifica la Inteligencia Divina con el Demiurgo, el Dios creador y arquitecto del Cosmos, un universo vivo y dotado de razón.

En el diálogo platónico “el Banquete”, Sócrates nos explica como fue iniciado en los Misterios del Noûs por una sacerdotisa: Diotima de Mantinea. Esta sacerdotisa enseña a Sócrates el camino de ascenso del alma hasta las regiones más elevadas del Cielo Inteligible. Este camino de ascenso es como una escalera, la escalera de Eros, tal como la llama el Prof. Giovanni Reale.

Todo Iluminismo tendrá siempre como centro de su metafísica y mística, esta escalera de Platón, es decir, el camino de ascenso espiritual del alma por medio de su potencia intelectiva, el Noûs.

La Gnosis, el Hermetismo y el Neoplatonismo, desarrollarán ampliamente esta idea: el alma, tiene que purificarse en primer lugar por el agua y por el fuego, en el interior de la Tierra. Y una vez purificada de todo lo mortal y corruptible, debía ascender a través de las esferas del cosmos, los orbes planetarios de la astronomía clásica. Sólo así podía alcanzar el Cielo Inteligible, la Bóveda de las Estrellas y las Constelaciones. Así purificada llegará a la naturaleza solar del Noûs, donde el filósofo se encuentra con todas las potencias divinas, junto a las cuales sólo puede cantar himnos de alabanza a Dios, el Padre de todas las cosas, junto con todos los seres celestiales.

Estas ideas filosóficas serán recogidas por los sacerdotes egipcios herméticos y por los Misterios de Isis, tal como nos lo describe Apuleyo de Madaura en su obra “Las metamorfosis o el asno de oro”.

En los Misterios de Isis, según nos cuenta Apuleyo, el iniciado era purificado por la acción de la Diosa, que como dijimos se trataba de la mismísima Alma del Universo, la Diosa Madre, que purifica a sus hijos por el fuego, lo que, a decir de Apuleyo, les permitía elevarse por todas las regiones celestes, “llegué a las fronteras de la muerte, pisé el umbral de Proserpina y a mi regreso crucé todos los elementos; en plena noche, vi el sol que brillaba en todo su esplendor; me acerqué a los dioses del infierno y del cielo; los contemplé cara a cara y los adoré de cerca.”

Demos ahora un salto en el tiempo, y situémonos en el Siglo de las Luces, donde veremos reaparecer estas ideas platónicas y herméticas, en un escenario muy típico y curioso propio de la época: la Hermandad de los Francmasones.

No vamos a poder contestar aquí a la pregunta: ¿qué es la Francmasonería? Pues se trata de un fenómeno bastante complejo, como podrán comprender tras nuestro relato. Pero lancemos algunas hipótesis sobre la naturaleza de la denomina “Francmasonería especulativa”, que domina en las actuales Logias de Francmasones.

En el año 1614 se publicó en Alemania una obra singular: “la Fama Fraternitatis de la Orden Rosacruz”, que hacía una llamada a todos los científicos y filósofos de Europa, para agruparse en una sociedad universal y compartir sus conocimientos.

Cuatro años más tarde, en 1618, comienza la Guerra de los Treinta Años, que enfrenta a la muy católica Casa Imperial de los Habsburgo contra los Estados alemanes reformados, que además habían sido muy receptivos a la llamada de la Orden Rosacruz. Sin embargo, no encontramos en todo el siglo XVII testimonio de ninguna Sociedad u Orden Rosacruz, que operase realmente bajo tal nombre. Ahora bien, existieron algunos círculos de filósofos y científicos, que se unieron bajo la forma de sociedades, bien místico-cristianas, bien científicas, respondiendo a la llamada de los Rosacruces.

En Inglaterra y Escocia, donde la Guerra de los Treinta Años no había penetrado, los científicos inspirados por la Fama encontraron un lugar pacífico y adecuado para asociarse, y algunos de ellos entraron a formar parte de las antiguas cofradías de constructores de catedrales, que seguían ciertos ritos de iniciación corporativos, en el interior de las llamadas Logias. Existen pocos testimonios de ellos, tal vez el más importante sea el caso de Elias Ashmole, político, anticuario y alquimista británico, que testimonia en sus diarios de la pertenencia a una Logia en Warrington, Condado de Lancashire. Ashmole también había publicado una respuesta a la noble Orden de la Rosacruz, en la que pedía su ingreso.

El impresionante despliegue de las Logias por toda Europa y América, comienza a partir del año 1717. En este año, cuatro Logias londinenses se agrupan para formar la primera Gran Logia, con un único Gran Maestro y una Constitución propia. Se trataba de la primera federación de logias, que crecerá sorprendentemente en pocos años, no solo en Inglaterra y Escocia, sino por toda Europa.

Las Logias que recibían patente de la Gran Logia de Inglaterra, ofrecían la iniciación en los tres grados llamados de San Juan: aprendiz, compañero y maestro. Así fue hasta finales de los años 30 y principios de los 40. En el año 1737, el Caballero Ramsay da su famoso discurso, en el que justifica la introducción de nuevos grados, los grados de la Francmasonería Capitular de San Andrés, inspirados en la Orden de los Templarios. Ramsay era partidario de la causa de los Estuardo, que habían perdido el trono de Inglaterra y Escocia a principios del siglo XVIII. Los Estuardo eran católicos, y recibieron el apoyo de Roma.

Los nuevos grados de la Francmasonería Capitular de San Andrés eran nueve: aprendiz, compañero, maestro, maestro perfecto o arquitecto irlandés, maestro elegido, aprendiz-compañero, maestro escocés y caballero de Oriente. A estos grados y sus ritos se les denominó: “Estricta Observancia”. Esto tuvo lugar primero en Francia y luego en Alemania. Donde, en el mismo año 1737, el Príncipe Federico, futuro Rey de Prusia con el nombre Federico II el Grande, era iniciado en la Francmasonería.

A la vista de estas importantes reformas en el seno de la Francmasonería, podemos hacernos la siguiente pregunta: ¿Qué secreto se escondía tras este complejo y nuevo sistema de grados de iniciación francmasónicos?

Narra el relato Rosacruz titulado “Fama Fraternitatis”, que la Orden de la Rosacruz” fue fundada en Alemania por el muy sabio Hermano Cristián Rosacruz, a una edad ya adulta. En el centro de Europa construyó la llamada Morada del Espíritu Santo, donde convivían los hermanos de la Orden, todos ellos sabios probados, intentando restablecer la Sabiduría arcana, compendiada en dos libros: el Liber Mundi y el Liber Theos. Tras la muerte del fundador, su cuerpo fue depositado en una “cripta” en la Morada del Espíritu Santo, y su emplazamiento se borró de la memoria de la Orden. Pasados unos años, y tras retirar una placa de latón, uno de los hermanos de una segunda generación de estos sabios, encontró una puerta, que resultó ser la puerta del Templo Funerario de Cristián Rosacruz. Este relato causó una profunda impresión en la conciencia de los filósofos y científicos europeos de principios del siglo XVII. Dice así:

“Por la mañana abrimos la puerta, detrás de la cual se encontraba una bóveda con siete lados y siete esquinas; cada lado medía cinco pies de ancho y ocho pies de alto. A pesar de que esta bóveda jamás había recibido los rayos del sol, estaba claramente iluminada por otro sol, que había aprendido esta capacidad del sol y se encontraba arriba en el centro del techo. En el centro se encontraba, en lugar de una lápida, un altar circular con una placa de latón con la siguiente inscripción: A.C.R.C. este resumen de todo el Universo lo he convertido, en vida, para mi, en una tumba. Alrededor del primer círculo se leía: Iesu mihi Omnia (Jesús es todo para mí). En el centro había cuatro figuras, cada una de ellas encerrada en un círculo. Alrededor de ellas estaba escrito: 1. No hay absolutamente ningún espacio vacío. 2. El yugo de la Ley. 3. La libertad del Evangelio. 4. La gloria de Dios es intangible. Todo esto es claro, preciso, igual que el significado del séptimo lado y el de los dos triángulos que se manifiestan séptuplemente... Todavía no habíamos visto el cuerpo muerto de nuestro tan cuidadoso y sabio Padre. Por eso movimos el altar; entonces pudimos levantar una pesada placa de latón, debajo de la cual se encontraba un cuerpo noble y bello, impecable y sin la más mínima señal de descomposición...”

El relato de la metamorfosis solar de Cristián Rosacruz se encuentra en la base de la idea del secreto de los egipcios, que tanto estimuló a las mentes ilustradas de finales del siglo XVIII, y que se materializó en importantes manifestaciones culturales, entre las que destaca la ópera de Mozart “La flauta mágica”.

En el año 1731, el abate Jean Terrasson publica en Francia, la novela “Sethos, historia o vida extraída de los monumentos y anécdotas del antiguo Egipto, traducido de un manuscrito griego.” En esta obra se habla de una orden de sacerdotes egipcios, bajo la tutela de la diosa Isis, que estaba en posesión de una ciencia secreta, y que tenían una Academia en Menfis, creada por el Rey Menes, el mítico fundador del Reino de Egipto. Esta Academia estaba formada por una Escuela de Medicina fundada por Asclepio, y una Escuela de Filosofía Natural fundada por Mercurio (Hermes Trismegisto). Terrasson era un adepto de las doctrinas de Paracelso, que estuvieron muy en boga en los siglos XVI y XVII, y que igualmente inspiraron al movimiento Rosacruz.

Materias

Esoterismo