La plaza de San Marcos, Rialto y el puente de los Suspiros, las góndolas negras y las coloridas máscaras de Carnaval, el cristal de Murano... Imágenes de Venecia profundamente ancladas en la mente. Quien la visita emprende un viaje en el tiempo, cuando esta pequeña ciudad derrochaba poder y riqueza. La Serenissima fascina primero por su aspecto y, después, por su espléndida arquitectura y sus numerosos tesoros artísticos. Sin embargo, su aura todavía resulta más maravillosa: salotto città llaman los venecianos a su hogar sin vehículos y rodeado de agua; una ciudad donde todo extranjero pronto se siente como en casa.

No hay nadie que llegue a la ciudad de la laguna sin haber visto esta maravilla del mundo alguna vez: se ha descrito, cantado, plasmado en cuadros y películas con tanta frecuencia que ya hace tiempo que forma parte de la conciencia colectiva de toda Europa. Los palacios salpicados de agua a lo largo de los canales presentan el resplandor irreal y, a la vez, el aspecto decrépito que tienen en los libros ilustrados y catálogos de viaje. La Piazza San Marco y la basílica homónima que la preside parecen al natural tan lujosas e impecables como un encantador decorado. Basta con pasear una o dos horas por el laberinto de callejuelas, placitas y patios para notar que aquí lo importante no es únicamente examinar una ciudad de especial belleza arquitectónica que cuenta con una cantidad incomparable de tesoros artísticos. No, aquí vale la pena volcar todos los sentidos en disfrutar, a ser posible con tranquilidad, de la ciudad más maravillosa de todo el mundo, un fenómeno único en la historia de la civilización.