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Memorias de una actriz en el gulag

Autor Tamara Petkévich / Alexandra Rybalko Tokarenko

Editorial EDITORIAL PERIFÉRICA

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  • Verlag EDITORIAL PERIFÉRICA
  • ISBN13 9788418838811
  • ISBN10 8418838817
  • Gegenstandsart BUCH
  • Buchseiten 704
  • Sammlung Periferica & Errata Naturae #17
  • Jahr der Ausgabe 2023
  • Sprache Kastilisch
  • Bindung Gebunden mit Klappen
  • Zielgruppe Allgemein / Handel

Memorias de una actriz en el gulag

Autor Tamara Petkévich / Alexandra Rybalko Tokarenko

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Buch Details

Tamara Petkévich gozó de una infancia privilegiada en la her­mosa aunque empobrecida Petrogrado de los primeros años del régimen soviético, en el seno de una familia de convicciones revolucionarias afiliada al Partido Comunista Bolchevique. Aun así, cuando tenía diecisiete años, el vértigo innombrable de la Gran Purga arrastró a su padre hasta el centro de su vacío. Una vez que lo arrestaron, toda la familia pasó a engrosar la categoría de «enemigos del pueblo». Por eso, años más tarde, Tamara fue condenada a siete años de trabajos forzados en el gulag. En su descenso desbocado hacia el abismo conoció todos los círculos del infierno estalinista, sobreviviendo en condiciones indescriptibles, sometida a una lógica despiadada y demencial que había decidido de antemano quién era culpable.
Fueron muchas las tareas que desarrolló durante su estancia en el gulag: controladora de producción en una fábrica, miembro de una brigada de cantera, enfermera No obstante, si bien Petkévich se hizo actriz profesional años después de su libera­ción, fue en los escenarios de los campos donde aprendió su oficio. El suyo es un relato único que da testimonio del poder del arte para salvar vidas. Petkévich pasa de una dificultad a otra sin perder ja­más su coraje, su deseo de vivir y su capacidad de amar.
Con una mirada casi cinematográfica y una narración impecable, esta obra trepidante nos hace testigos directos de su lucha, y la de muchos de sus compañeros, por preservar la dignidad en las tinieblas del gulag. Gracias a una franqueza fuera de lo común, nos transmite el más vívido recuerdo de quienes la rodearon: desde la traición de los más cercanos a la inestimable y desinteresada ayuda de algunos extraños. Reveladoras, hermosas e inteligentes, estas memorias no son sólo un registro de primera mano de las atrocidades cometidas en la Rusia estalinista, sino también un testimonio urgente del rechazo radical a cualquier dictadura.

Tamara Petkévich (San Petersburgo, 1920-2017). Nació en el seno de la familia de un afiliado al Partido Bolchevique. En Kirguistán, donde estudiaba Medicina, ella y su marido fueron detenidos, acusados de actividades contrarrevolucionarias y condenados a siete años de gulag. Al principio cumplió su pena en campos de Kirguistán; más adelante, en el norte de Rusia, en la República de Komi. Allí nació su hijo.
Durante su estancia en el gulag, ingresó en una compañía de teatro de prisioneros e hizo de esta «profesión accidental» su destino, incluso después de su liberación. En los años cincuenta, trabajó en varios teatros de provincias. Tras su rehabilitación, en 1957, regresó al fin a su ciudad natal dos años después. En 1962 ingresó en el Instituto de Teatro, Música y Cinematografía de Leningrado, en el departamento de Teatro. Se graduó en 1967 y trabajó en la Casa de Arte Aficionado de Leningrado como jefa del departamento de Repertorio.
En los años sesenta comenzó a escribir sus, que se publicaron en 1993, con gran éxito. Tras múltiples reediciones, se convirtieron también en una pieza de teatro y en un documental que la directora Marina Razbezhkina dirigió en 2001. Su obra se ha traducido a numerosas lenguas y Aleksander Kwasniewski otorgó a su autora la Orden al Mérito de la República de Polonia por la valía de su testimonio.

«En el fondo nunca dejamos de ser un enigma para nosotros mismos, ya que no son tanto nuestras biografías, los acontecimientos y las personas con las que nos cruzamos lo que nos moldea, sino esa sustancia misteriosa, esa materia prima, de la que todos procedemos. Fue en uno de esos singulares instantes de calma tras la tormenta cuando la naturaleza me mostró un nuevo punto de partida. ¿Hacia dónde? No lo sabía. Pero de nuevo empecé a ver, a oír, a percibir el bosque al otro lado de la zona, el cielo cambiante, la hierba que luchaba por abrirse paso a través de la tierra como algo diferente, tan sólo vagamente familiar.
A veces me despertaba en mitad de la noche, me calzaba las botas y salía a la oscuridad. Las cadenas de los pastores alemanes retumbaban contra la alambrada. La niebla húmeda se mezclaba con el olor de los troncos recién cortados. Desde la lejana vía férrea me llegaba el rugido desfallecido de una locomotora, que se elevaba sobre la taiga. La vastedad del espacio lo convertía en una llamada desesperada a la unidad de las almas solitarias y desarraigadas.
De día también aprovechaba cualquier minuto libre para salir del barracón médico y acercarme al lado oeste de Mezhog. Me sentía atraída por esa frontera entre el campo y la libertad. Había un montículo junto a la valla desde el cual se distinguía la orilla del río Dviná Occidental, que discurría cerca de la zona. No me cansaba de mirar el agua, el sol poniéndose, el bellísimo cielo, cuyos tonos eran, ya tenues, ya lúgubres. Mentalmente tendía los brazos hacia ese frescor fluvial.
Después de llover, las gotas colgaban de la alambrada de púas formando hileras. Desde la torre de vigilancia, el foco barría el penal alumbrando la redondez y la perfección de esas bolitas de agua que cedían bajo su peso y se estrellaban con un ruido hueco contra los charcos. Helada por culpa del viento que me azotaba, me quedaba en medio del lodo para sentir que todo respiraba y sonaba, que todo a mi alrededor estaba irresistiblemente vivo y que yo era parte del conjunto. Mi alma se estremecía en respuesta a esos míseros signos de vida que me recordaban que existía un mundo más allá de los confines de mi propio destino».