Si me preguntaran cu les fueron los motivos de mi elecci¢n, dicho deotro modo, a d¢nde me encaminaba al pretender ser jesuita, responder¡a que casi nunca vamos a alguna parte por alcanzarla, sino que casisiempre avanzamos huyendo de algo.



Decidme cu l esla meta a la que se dirigen los cientos de personas que, en lasfiestas de mi ciudad, corren delante de los toros. Dadme una raz¢n por la que los esquimales eligieron habitar un paraje tan inh¢spito comoel Polo Norte.



Ahora, solo queda preguntar: ¨Yo, de qu? hu¡a?

Hu¡a de una sociedad que me ofrec¡a aspirar aejercer un trabajo t?cnico y perpetuar rutinariamente la especie. Oquiz s solo hu¡a de m¡ mismo, de mi propia mediocridad. Muchas vecesnos proponemos proyectos inalcanzables con el fin de tener una excusapara no abordar los proyectos alcanzables.



A lolargo de mi vida, me han preguntado a menudo, con justificadacuriosidad, qu? diablos era eso de tener fe.



Y loexpresaban con un abrumador sentido de la l¢gica:

?¨C¢mo unapersona instruida puede afirmar en serio que cree en cosas que no veni entiende, y adem s pone su m?rito en que no puede verlas nientenderlas?



Por un lado, me favorec¡an en excesocon calificarme de instruido y no de idiota. Por otro, hab¡amosllegado a suponer, yo el primero, que el ser humano pensaba con elcerebro. ­Notorio error! El ser humano usa fundamentalmente, paradilucidar, otras partes de su organismo, como el vientre, el bajovientre y, perd¢neseme el atrevimiento, alguna otra regi¢n no alejadade estas dos.