¿Cómo se puede hablar desde Lacan? ¿Y cómo hacer oír esta pregunta si es que esta pregunta es posible, si tal enunciado no se deja encerrar en una pura exclamación? Aunque haya frecuentado asiduamente su enseñanza durante varios años -y eso después del célebre Coloquio de Bonneval sobre el Inconsciente en el que participaban todos aquellos que, joven interno en lo de Jean Delay, yo aureolaba del saber filosófico y psicoanalítico, comprometidos como estaban en un debate tan vivo como sin concesiones-, nunca formé parte de su Escuela. Lo cual no quiere decir que no lo considerara un maestro -su estatura intelectual lo imponía como tal- y un maestro gracias al cual, por una parte al menos, yo iba a conocer una de esas épocas de las que se dice a posteriori que han constituido un indiscutible salto adelante en el pensamiento. El respeto particular que sentía por Lacan me incitaba sin embargo a no tener proximidad con su obra sino a través de mantener una distancia con relación al analista y al Director de Escuela. Esta infinita distancia lindando con una cierta proximidad, no dudaría hoy en considerarla como la marca misma de una transferencia, pero de una transferencia que no implica a su término ni una pura apropiación del pensamiento del otro, ni un alejamiento que no se sostuviera en la más rigurosa explicación.