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Mágica, dorada, la ciudad de las cien torres. Praga puede describirse de distintas maneras, aunque todas son muestras de admiración. Los checos denominan a su capital «la madre de todas las ciudades» con una mezcla de orgullo y sencillez. La ciudad del Moldava parece un libro de historia en piedra, con sus fachadas góticas, barrocas y modernistas. Los turistas, inversores y bohemios de todo el mundo que aún no la conocían la descubrieron durante la revolución de terciopelo. Pero la urbe ofrece más que unas magníficas fachadas liberadas del gris general del socialismo. Praga va camino de volver a convertirse en una metrópoli cultural europea.

Puede sonar curioso, como muchas otras cosas en Praga: la ciudad del Moldava apenas tiene que ver con su nombre. Praha significa «umbral» y definía el punto por el que se podía cruzar el río con mayor facilidad, esto es, el vado, y no era el nombre de ninguna de las colonias a orillas del Moldava. Sin embargo, cuando estas se convirtieron en ciudad, el nombre pasó al centro comercial más importante.

Gobernantes poderosos y débiles, estrés y tranquilidad, distintas religiones, numerosas naciones, muchas esperanzas: en Praga siempre se ha escrito la historia europea. Lo que aquí sucedía tenía consecuencias. Los visitantes atentos aún pueden verlo. Y cuando por las noches la luz naranja de las farolas muestra su reflejo mate sobre los adoquines y las lentas olas del Moldava golpean cansadas los pilares del puente Carlos, uno siente en lo más hondo las garras de la «madre Praga» y el encanto amargo de la belleza bohemia, como si recordara algo que se creía olvidado hace mucho tiempo.