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Los conocimientos actuales indican que al menos una de cuatro personas en el mundo sufre depresión en alguna etapa de su vida; esto significaría que unas 1,6 billones de personas estarían comprendidas por esta enfermedad, una diferencia sustancial con los cuatrocientos millones anunciada por la WHO veinte años atrás. El problema de la depresión no tiene un grupo determinado ni tampoco una clase social, aunque afecta sobremanera a los más vulnerables económicamente; los que lo padecen van desde niños hasta adultos, así como también los ancianos. Lo notorio es que hoy en día, y en forma silenciosa, la depresión está absorbida por la corporalidad, es más hipocondríaca, es menos dramática, hasta se podría decir que parece ser más racional. Alrededor del 70% de los pacientes llegan a la consulta médica presentando síntomas físicos, en tanto que sólo poco más del 25% de los pacientes comunica algún síntoma psíquico o social. Las personas tampoco tienen claro el reconocimiento de un cuadro depresivo, aunque lo estén cursando. Estos trastornos depresivos son muy comunes en la consulta diaria de cualquier médico; tan frecuente es la presencia de este cuadro, que se está señalando desde todas las Organizaciones de Salud la problemática sanitaria que su aumento en número y la falta de detección está provocando. Esta cuestión sanitaria va tomando dimensiones epidémicas; su impacto en la persona, los familiares, la sociedad, la economía es tan importante que existe la necesidad de que el médico de hoy sepa reconocer estos cuadros, su clínica, su evolución, tratamiento/derivación.