Édouard Martin no pide la palabra porque ha decidido tomarla sin permiso, y lo ha hecho para dirigirse en voz alta a los señores de este mundo, para arrojar verdades hirientes a la santísima cofradía de los oídos sordos. Este libro es un fruto de esa ofensiva contra el hábito del silencio. Este libro es una ofensa. 

No pasarán proclama los motivos de la insubordinación (perfectamente racionales, dicho sea de paso) sin apelar a la monserga del infortunio. No hay lágrimas, adornos o circunloquios. No hay alardes retóricos. Sólo una vida, una lucha inacabada y, finalmente, el sumario de unas pintorescas conversaciones con un surtido de grandes primates (Holland y Sarkozy entre ellos) donde nuestro protagonista muestra una vez más que el humor y la rabia pueden ser excelentes compañeros de viaje.