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Cuatro historias reales de brujas y hechiceras, obtenidas de manuscritos del siglo XVI que se custodian en el Archivo Histórico Nacional. Isabel Sánchez Duque relata como una señora de buena posición de El Toboso, la mujer del boticario, busca la intervención de unas hechiceras de Campo de Criptana, para conseguir los amores de un regidor y, al tiempo, terminar con su marido. Enrique Lillo Alarcón, cuenta como un padre agustino, considerado hoy día casi santo por su comunidad, nieto de don Antonio de Nebrija, el autor de la gramática española, como cualquier otro pícaro del Siglo de Oro, recorre todas las villas de la Mancha Santiaguista exorcizando a mujeres y muchachos poseídos por el demonio, o conjurando langosta a cambio de una limosna de unos cuantos ducados. Estas dos historias van acompañadas de otras dos en las que las brujas de Pedro Muñoz y Socuéllamos aparecen en escena, atemorizando a las poblaciones con sus hechos y raptos de niños. Por las casualidades del destino, también aparecen personajes cervantinos en alguna de las historias, para ratificar que Cervantes conoció de primera mano estos