El ojo no descansa sobre lo que ve; es herido por lo que lo punza. Algo del orden de lo que Barthes llamaba el punctum le llega como llamada, precipitándolo al vértigo de un enigma insondable. Objeto de máxima opacidad, inaccesible a cualquier comprensión. Me interesa subrayar esto pues nos permite aproximarnos a la cuestión de la relación de la fantasía con lo real, entendida ya no como la reversibilidad inherente a sus vínculos con la realidad, sino como algo muy diverso, un lazo –una soldadura la llamaba Freud– de dos términos radicalmente heterogéneos. Esa heterogeneidad corresponde al núcleo pulsional, presente en la dimensión invocante o escópica del objeto, en torno al cual la fantasía se configura. E.H. El sujeto es, al mismo tiempo, efecto de la inscripción de la ley y lector/interpretante de aquello, la ley, que le permite surgir a la existencia. (…) Encontraremos en la fantasía al sujeto en un movimiento complejo de afirmación y rechazo de la ley, particularmente de su estructura paradojal. La fantasía comporta una ficción en la que se escenifica tanto la abolición subjetiva (la pendiente del objeto), como el sostenimiento del sujeto del deseo. Más aún, sostendré que es por la pendiente del objeto, del masoquismo primordial, que el deseo y la ley se sostienen. La fantasía es también el lugar donde se escenifica tanto la introducción de la ley del padre y el límite que comporta, como el goce incestuoso que la misma ley prohíbe. En el mismo escenario fantasmático se le pone un límite al goce (siempre incestuoso) y se goza del límite. D.K.