Esta es una novela intensa. Santiago, un agente de los servicios secretos, se ve obligado a realizar el trabajo sucio que necesitan hacer los Estados. Santiago es un trabajador en los sótanos del sistema, por donde corren las aguas fecales, necesarias -parece- en todos los organismos, físicos o no; donde habita la especie que el sistema considera y llama "ratas", que hay que eliminar.
En el protagonista va creciendo una conciencia crítica respecto a los métodos empleados en la lucha contraterrorista, y emprende una huída, después que ha sido calificado como traidor por la dirección de El Centro, el organismo básico estatal de espionaje y acción directa.
Cuando se ve redimido por el amor y la paternidad, el Estado -por mejor decir- algunos miembros corruptos y tortuosos de El Centro, lo buscarán para segar su vida, sin compasión alguna.
Además del ritmo de la novela, que puede ser considerada como de riesgo de insomnio para quien la tenga en la mesita de noche, porque su lectura "engancha" de verdad, es también de mérito alto, la descripción que el autor hace de paisajes, situaciones y personajes, tan bien retratados que parece como si los hubiera vivido muy de cerca. No en vano, Los años perdidos quedó finalista en 1997 del Premio FERNANDO LARA, que ganó en aquella ocasión el recientemente desaparecido Francisco Umbral