Cuando de abordar la identidad se trata, las ciencias sociales se han decantado por la vía fenomenológica, lo que significa que han hecho especial hincapié en cuestiones relacionadas con el sentido (social, compartido) que los actores atribuyen a sus acciones y, en especial, con su sustrato ideológico. Ha sido, entonces, el aspecto intersubjetivo, simbólico, semiótico si se quiere, de la identidad el principal foco de observación. Concentrar la mirada sobre esta dimensión de la vida colectiva ha tenido no obstante consecuencias: de una parte, dejar de lado la incidencia que las representaciones de lo colectivo de los sociólogos pudiesen tener sobre la configuración social de los colectivos que estudiaban, como si la sociología, en tanto que aproximación meramente descriptiva a la realidad social, estuviera exenta de la fuerza prescriptiva de que la dotaría su propio sustrato fenomenológico o ideológico; de otra parte, relegar a un lugar secundario la dimensión material de la identidad, a saber, las mediaciones tecnológicas y los soportes materiales que contribuyen a fabricarla.