De las cuatro hijas que tuvieron Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, Isabel y María son posiblemente las más desconocidas, pues quedaron escondidas tras la larga sombra de sus hermanas Juana la Loca y Catalina, esposa de Enrique VIII. Sin embargo, ambas compartieron trono con uno de los monarcas más importantes de su tiempo, Manuel I de Portugal, El Afortunado. Las cuatro asumieron resignadas los papeles que la política matrimonial de sus padres les asignó y se convirtieron así en auténticos pilares del futuro imperio español. Y otro tanto le sucedió a Leonor, la refinada princesa criada en Flandes, hija de Juana la Loca y Felipe el Hermoso, moneda de cambio al servicio de su hermano el Emperador Carlos V.

Sin embargo, las cinco fueron también mujeres de carne y hueso, que amaron como esposas o vivieron despechadas, que tuvieron hijos que no siempre alcanzaron la mayoría de edad, que mantuvieron estrechos lazos familiares a pesar de la distancia y que sufrieron y gozaron con penas y alegrías propias de todos los seres humanos en cualquier período histórico.

Las damas del rey tiene como eje narrativo a las tres esposas de Manuel I de Portugal, El Afortunado, entre 1491 y 1522: Isabel, digna heredera de la Castilla medieval, austera y piadosa, que casó de luto; María, discreta y generosa, esposa fiel y sensata, que le proporcionó un hijo heredero al trono, y Leonor, su amor tardío y sobrina de las anteriores, hermosa, culta y refinada.

Las dos primeras eran hijas de los Reyes Católicos; la segunda, su nieta. Pero no son las únicas protagonistas. Junto a ellas verá correr la historia Elvira, sirvienta abnegada y confidente, testigo de los gozos y las sombras de sus señoras y de un periodo en que Portugal se abre al mundo a través del océano y conoce un esplendor impensable hasta entonces.

En los vecinos reinos de Castilla y Aragón, Isabel y Fernando mantienen el pulso firme para llevar las riendas de su destino en lo universal y van cumpliendo años al mismo tiempo que pactan alianzas estratégicas para expandir sus dominios mediante de la unión de la sangre y frenar el avance del francés. Deciden los matrimonios de sus hijos como quien diseña una batalla, poniendo las bases del imperio que, al poco de su muerte, regirá la figura de su nieto, Carlos I de España y V de Alemania.