Mucho se ha hablado sobre el destierro de Publio Ovidio Nasón, lleno de interrogantes de díficil -a veces imposible- respuesta, debido sobre todo al mutismo del poeta en algunos puntos: ¿Cuáles fueron las causas del castigo? ¿Estaba la familia del emperador implicada de alguna forma? ¿Por qué se escogió para la condena, en contra de la costumbre, una región tan alejada de Roma? Lo que podemos deducir con algún fundamento lo extraeremos sobre todo de las obras del propio Ovidio, que en teoría compuso desde Tomis, en los confines del Imperio, en las márgenes del Mar Negro, durante los diez años que duró su castigo y cuyo final sólo consiguió con su muerte.

¿Hasta qué punto es fiable la información aportada por Ovidio, supremo artista de la ficción? El contraste de sus escritos con testimonios de muy diversa índole -epigráficos, arqueológicos, históricos, geográficos, climáticos- inducen a pensar, aunque no de forma concluyente, que Ovidio crea (y trasciende) un nostálgico mundo poético. Mas su vida y su obra van de la mano y no se pueden disociar. ¿Qué es, entonces, verídico de todo cuanto dice sobre sí mismo?