El único hueso que le faltaba era la cuarta costilla izquierda, una de las que quedan frente al corazón.

Un esqueleto no puede contar su propia historia, pero uno incompleto tiene el poder de evocar un crimen. Los primeros huesos llegaron a casa del médico en una bolsa. No quedaban más que los restos del ser humano que fue. Sin identidad, sin origen… y sin una de sus costillas. Esa rareza, quizá la firma de un delincuente, es lo que lleva al protagonista a preguntarse quién, cómo y por qué y a investigar la difusa línea entre el bien y el mal.

La bolsa de huesos abrió el camino de la literatura policial en español. El narrador, alter ego de Eduardo Ladislao Holmberg, busca la complicidad de su colega frenólogo, un Watson nada complaciente, para resolver un enigma de desenlace inesperado. De espaldas a las fuerzas del orden, ambos recorren el Buenos Aires del XIX hasta esclarecer si lo que tienen entre manos es un asesino en serie o un «fantasma de novela».

Pero ¿fue un caso real? ¿Existió la bolsa? Esta obra nos atrapa con un juego narrativo en el que ficción y realidad se enmarañan.