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Diccionario ilustrado de la muerte

Autor Robert Sabatier

Editorial EDITORIAL GUSTAVO GILI, S.A.

Diccionario ilustrado de la muerte
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  • Editorial EDITORIAL GUSTAVO GILI, S.A.
  • ISBN13 9788425231193
  • ISBN10 8425231191
  • Tipo LIBRO
  • Páginas 624
  • Colección VARIOS #
  • Año de Edición 2021
  • Idioma Castellano
  • Encuadernación Cartone
  • Audiencia General / "Trade"

Diccionario ilustrado de la muerte

Autor Robert Sabatier

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Detalles del libro

Sófocles murió a causa de una alegría, los habitantes de la isla de Delos se afeitaban la cabeza a la muerte de sus parientes y el luto duraba hasta que los cabellos habían recuperado su longitud habitual, el guardia del cementerio marino de Sète adiestró a su perro para que acompañase a los visitantes hasta la tumba de Paul Valéry, el emperador Adriano hizo matar a su arquitecto porque sabía más que él sobre arquitectura y los indios de la Guayana bebían un licor elaborado con la ceniza de sus muertos.
A lo largo de la historia, la muerte ha generado a su alrededor una rica constelación de anécdotas, datos y extravagancias. Desde argots, epitafios, jurisdicciones y últimas palabras hasta rituales, condenas, alegorías y tradiciones, este diccionario reúne una amplia selección de palabras vinculadas a la muerte que abarcan temas tan diversos como la filosofía, el arte, la antropología, la demografía o
la moral.

En 1970, esta editorial publicó Diccionario ilustrado de la muerte dentro de su colección ?Enciclopedia de la Amenidad?. Adaptado desde la edición original francesa, se incorporaron entonces textos alusivos a los territorios español e hispanoamericano para completar el compendio del autor.
La presente obra es una edición facsímil de la primera publicación de 1970, un documento tan fascinante como mortífero que hemos considerado indispensable poner de nuevo al alcance del lector.

Un diccionario ameno que recopila, datos, citas, anécdotas, epitafios,... alrededor de la muerte

DICCIONARIO ILUSTRADO DE LA MUERTE
con temas de:
HISTORIA, FILOSOFÍA, RELIGIÓN, SOCIOLOGÍA, ARTE, DEMOGRAFÍA, POESÍA, GEOGRAFÍA, FILOSOFÍA, ANTROPOLOGÍA, FOLKLORE, LITERATURA, ANÉCDOTA, MITOLOGÍA, CRÍTICA, MORAL, etc.
que contiene:
argots, epitafios, frases célebre, últimas palabras, testamentos notables, últimas disposiciones, jurisdicciones, rituales, condenas, causas, estadísticas, instituciones, proposiciones filosóficas y paradojas, sentencias, máximas, proverbios, refranes, citas, pensamientos, divisas, alegorías, divinidades, curiosidades, celebridades, usos y costumbres, tradiciones populares, magia, ritos, presagios, sabiduría, consejos, creencias, maldiciones, exorcismos, quiromancia, lenguaje de las flores, clave de los sueños, cartomancia, hechos maravillosos absurdos o fantásticos, lutos, decoraciones, crímenes, suplicios, martirologios, sadismo, monstruosidades, supercherías, ambigüedades, bufonadas, medicinas, retruécanos, acertijos, sátiras, chistes, juramentos, etimologías, eufemismos, profesiones, iconografías, bestiarios, herbarios, jardines, inscripciones, poemas, etc., de todos los tiempos y países.

PREFACIO
La mayoría de mis amigos sabían desde hace tiempo que me dedicaba a la redacción de un diccionario; muchos me preguntaron su tema, pero, con el índice sobre los labios guardé el secreto como una vieja cocinera celosa de sus recetas. Tentado por la malicia, a veces levanté algo el velo del misterio dejando escapar imprudentes frases sobre la muerte. Pero nadie adivinó la relación entre esas frases y mi obra. Uno de mis amigos incluso dijo: «Con su diccionario, es una tumba.»
Este preámbulo no tiene otro objeto que mostrar en qué medida lo que nos afecta escapa a nuestros pensamientos. Enamorado de la vida, en los antípodas de lo «macabro», quise, todo y tomando el asunto en serio, con humildad, dignidad, sin frivolidad, pero también sin pudor, ofrecer a mis eventuales lectores la posibilidad de hallar en una sola obra, por cierto bien imperfecta, todo lo que concierne a nuestros fines últimos a través de la historia, la filosofía, la moral o la religión, la sociología o la demografía, el arte o la mitología, la anécdota, el folklore, etc. Reuní una materia dispersa, enriqueciéndola lo mejor que supe, con el título de Diccionario de la Muerte, pues, hasta que se me pruebe lo contrario, nunca hallé otra obra así titulada.
¿Cómo podía ordenarse una materia tan variada, numerosa y diversamente organizada? Elegí la distribución alfabética, con frecuencia arbitraria en este género de obras; pero intentando, sin embargo, conciliar cierto método con una relativa fantasía, y sobre todo con el interés de lograr, por la variedad de temas tratados en un mismo artículo, que la obra fuera abordable y en absoluto árida: la diversidad me ha ayudado mucho en la labor.
Pues no emprendí este diccionario, se ve claro, para distraerme, sino porque cada hecho histórico, cada opinión de filósofo, cada imagen de poeta, cada costumbre de un pueblo, cada liturgia, como cada desafío o resignación humana, me inclinaba a una meditación tanto más profunda en la medida en que valoraba más lo contrario de la muerte. Comencé este libro como se empieza una colección, uniendo, para constituirme una sabiduría personal, una hoja a otra, hasta debatirme, casi ignorándolo, entre algunos centenares de ellas, sin tener la formación ni el paciente método del erudito; ésta es, pues, la obra de un aficionado y no la de un técnico; se dirige al hombre de bien y no al sabio ni al especialista cuya crítica acepto de antemano. No he querido recargar ninguna cita con referencias bibliográficas ni con aparato crítico. Así, más bien que citar a tal escritor, filósofo o sabio, situándolo en el marco de sus libros, he preferido hacerlo intervenir como si se hallara presente entre nosotros; su nombre aparece y nos habla. Es un procedimiento de novelista; no lo niego, pues me ha permitido muchas asociaciones e intervenciones curiosas.
Entre tantas otras, dos frases de Michel de Montaigne son famosas y se citan con frecuencia: «De nada me informo con mayor interés que de la muerte de los hombres. Si fuera creador de libros, haría un registro comentado de muertes tan diversas.» No creo responder a un designio tan elevado; no soy un benedictino, y, además, sin duda publico el libro que nunca podrá ser, que jamás será, exhaustivo. Mientras escribo estas líneas, o, mejor, mientras se leen, decenas de hombres mueren sencilla o trágicamente, y su historia, sus pensamientos, sus últimas palabras serán siempre ignorados. Puesto que me refiero a últimas palabras, quiero rendir homenaje a Claude Aveline, que reunió en Les Mots de la fin las perlas de sabiduría y de verdad de muchos personajes ilustre. La muerte, la muerte que siega las vidas entre nosotros, la muerte que nos acecha tras la locura de las guerras y de las bombas, ha dado origen en los últimos tiempos a obras admirables: pienso en Vladimir Jankelevich en filosofía, en Fabre-Luce en sociología y en Jessica Mitford o en los autores del Crapouillot, que, bajo la dirección de Jean-Jacques Pauvert han vituperado los abusos comerciales y publicitarios de las pompas fúnebres. Pero en la bibliografía sumaria que se inserta al final de este libro, el lector hallará otras obras de calidad.
En el umbral y en torno a la muerte es como mejor se manifiestan lo singular, lo increíble, lo fantástico, lo maravilloso; pero también el pensamiento religioso y el pensamiento sin más: es el lugar donde el hombre halla su verdad. Esta verdad la he acosado allí donde me ha sido posible, con frecuencia en los lugares más inesperados. Las citas de poetas no han sido olvidadas: mejor que presentar obras demasiado conocidas, he preferido remitirme sobre todo a las dinámicas imágenes de los contemporáneos. Con frecuencia, los epitafios apenas tienen valor poético; sin embargo, he recogido muchos del pasado por su valor histórico.
Me parece interesante saber si existen más de cien expresiones de argot para designar «morir» o «matar», conocer las miserias de la guerra, saber dónde se halla tal o cual muerto al que se admira, tener noticia de los mártires, ver cómo los hombres de condiciones sociales diferentes han preparado su muerte o han reaccionado ante su presencia, y comprobar en qué medida ha intervenido el progreso para mejorar la existencia de los seres, pero también sus posibilidades de destrucción.
No niego que la anécdota tiene aquí un lugar importante; pero se trata menos de la vana rebusca del aficionado a las compilaciones irrisorias que del ejemplo aportado, aunque sea poco seguro, pues, aun apócrifo, traza una idea de la muerte. Que Duelos diga a Boúgainville que no le corresponde a la Academia francesa otorgar la extremaunción, que antaño las pompas fúnebres formaran parte de la organización de los «menus plaisirs», que Constantino decretara pena de muerte contra el adulterio, que el alcoholismo mate veinte mil personas por año en Francia y el automovilismo trece mil todo esto no es muy indispensable a la cultura individual; pero, de saberlo, acaso no se actuaría lo mismo en tal o cual circunstancia.
Se encontrarán artículos concernientes a las profesiones (arquitectos, comediantes, médicos, poetas, sabios ), a las partes del cuerpo (cráneo, manos, nariz, pies, barba, bigotes ), a las religiones (divinidad, extremaunción, impiedades, liturgia), en los que nos hemos esforzado por mostrar grandezas y miserias. El tiempo, la historia, la arqueología, las civilizaciones, las bellezas y los vicios, las virtudes y los heroísmos, las dichas y las desesperanzas, las vanidades y las verdades, todo esto ha sido reunido como microcosmos de nuestra condición mortal. Los objetos familiares no han sido olvidados, ni tampoco los animales a los que queremos. Resumiendo, en una materia que no nos permite ser completos, nos hemos esforzado por presentar un máximo de aspectos y de ejemplos. Confieso que tal o cual artículo merecería todo un libro; he intentado sustituir el desarrollo por la contención, por el relato breve de un hecho interesante. En fin, siempre que me ha sido posible, he indicado el título del libro que es autoridad en el punto tratado.
Otra cosa: la muerte alimenta el humor negro con exceso de facilidad. Puede suceder, por tanto, que algunos artículos muy serios de este diccionario sean entendidos de un modo distinto al que quise darles. No proscribí el humor en los artículos que se le dedican; pero si se quisiera, fuera como fuese, encontrarlo en otros lados, a riesgo de caer en el mal gusto, la intención residiría en la manera de leer y en el espíritu del lector mejor que en lo escrito y entonces habría que echarse la culpa a sí mismo o al menos tenerse en cuenta en tal aspecto.
Puesto que he hablado de lo contrario de la muerte, que esta obra, por encima de su tema, y sin excesiva paradoja, sin inversión demasiado esperada, haga nacer en quien la lea un gran deseo de vivir, que le exprese la grandeza de nuestra existencia y su dolorosa belleza: tal es mi anhelo. Pues el más alto grado de sabiduría consiste en conciliar los extremos, y, en una totalidad vuelta a hallar, la del día que no olvida que su mitad es la noche, repetir al hombre que vivirá mañana, y otra vez más, y otra y otra. Para terminar esta presentación demasiado larga, cito una frase de Boris Pasternak, que quiero convertir en mi conclusión: La muerte no es asunto nuestro.
R. S.