Cesta de la compra

Huella jonda del héroe. Una ruta emocional por los territorios flamencos del Sur

Editorial MUDDY WATERS BOOKS

Huella jonda del héroe. Una ruta emocional por los territorios flamencos del Sur
-5% dto.    19,50€
18,53€
Ahorra 0,98€
Disponible online, recíbelo en 24/48h laborables

¿Quieres recogerlo en librería?
Envío gratis a partir de 19€
España peninsular
Envío GRATUITO a partir de 19€

a España peninsular

Envíos en 24/48h

-5% dto en todos los libros

Recogida GRATUITA en Librería

¡Ven y déjate sorprender!

  • Editorial MUDDY WATERS BOOKS
  • ISBN13 9788412272062
  • ISBN10 8412272064
  • Tipo Libro
  • Páginas 208
  • Colección DEEP WATERS BOOKS
  • Año de Edición 2021
  • Idioma Castellano
  • Encuadernación Rústica

Huella jonda del héroe. Una ruta emocional por los territorios flamencos del Sur

Editorial MUDDY WATERS BOOKS

-5% dto.    19,50€
18,53€
Ahorra 0,98€
Disponible online, recíbelo en 24/48h laborables

¿Quieres recogerlo en librería?
Envío gratis a partir de 19€
España peninsular
Envío GRATUITO a partir de 19€

a España peninsular

Envíos en 24/48h

-5% dto en todos los libros

Recogida GRATUITA en Librería

¡Ven y déjate sorprender!

Detalles del libro

La magia del lugar y del tiempo, del ser y del estar. Fiel a su estilo inclasificable, Montero Glez traza en estas páginas un delicioso libro de viajes físico y temporal a lo largo y ancho de un Sur emocional. Con una prosa rica y ágil, combina elementos tan dispares como inesperados: Cádiz, Hércules, Camarón de la Isla, Tánger, Quiñones, Sevilla,
Kiko Veneno, los monos de Gibraltar, Ceesepe, la Venta de Vargas y del Ventorrillo, Paul Bowles, Rancapino, la grifa, Caracol, García Lorca

Esta obra fue galardonada con el Premio Llanes de Viajes 2012, y una década después la recuperamos, en una edición revisada por el autor y con un prologuista de excepción. En ella, Glez propone un viaje hacia parajes emocionales inesperados, rebosantes de música e imágenes luminosas.

En la Baja Andalucía existen remedios y hechizos para todo. Sin ir más lejos, para que un niño salga cantaor hay que coger al niño, cortarle las primeras uñas detrás de una puerta y luego arrojarlas a lo alto del tejado. Pienso que algo así tuvo que hacer Juana Cruz la primera vez que le cortó las uñas a su hijo más rubio, pues cuando el niño rompía a cantar, su voz arañaba con esa dulzura tan propia de los gatos sin dueño. Voz de almíbar, le decían a José Monje Cruz, el Camarón de la Isla.
Desde su muerte, que ya va para treinta años, el chorro de voz ha ido conquistando los rincones de todo el planeta y esto resulta curioso. Lo más común es que los artistas mueran dos veces, es decir: una por lo físico o de cuerpo presente y una más por lo público, para sus seguidores. Sin embargo, con el hijo de Juana la Canastera ocurre todo lo contrario. A día de hoy se canta por Camarón igual que se canta por fandangos, por cantiñas, por soleá o por cualquier otro palo del árbol flamenco.
A estas alturas Camarón es un estilo vivo donde anidan los tres tiempos, pasado, presente y futuro. La memoria, el hoy y el mañana del flamenco, quedaron en su propiedad convirtiendo a Camarón en el señor del tiempo y de sus mudanzas. Pero es muy fácil caer en la tentación de hablar así, y más aún tratándose de un personaje que forma parte de una mitología popular que arranca en la noche del antiguo Egipto. De cuando los iniciados confiaron los jeroglíficos a un pueblo de nómadas, un pueblo de escapados oriundos de la India que vagabundeaban en los pantanos del Nilo.
Los gitanos siempre fueron perseguidos a lo largo de la historia, al igual que moros y judíos. Sin embargo, a diferencia de ellos, el pueblo gitano siempre se escapó de la historia y tomó la ruta de los márgenes. Camarón de la Isla conoció las señales, tal vez por eso se tatuó la estrella de David junto a la luna mora sobre su mano. La piel gitana que contiene a los dos pueblos. Hay una foto del cantaor donde se puede apreciar el tatuaje. Está firmada por Alberto García-Alix, fotógrafo experto en exorcismos y que le sacó el alma al gitano un año antes de que el cantaor muriera. Cualquiera que se deje caer por San Fernando encontrará las fotos de aquella sesión reproducidas en calendarios, carteles, camisetas, llaveros y hasta en billetes de lotería. Es cierto.
Por el barrio de las Callejuelas, montonera de capillas que arrastran la memoria del cantaor, lucen más vivas que nunca. Por decirlo con palabras de Federico García Lorca, el barrio de las Callejuelas es igual a una barandilla de flores de salitre donde se asoma un pueblo que contempla la muerte y que recita versículos de Jeremías por el lado más áspero, pero que consigue revivir los mismos caminos que Camarón pisó cuando era crío. Su nombre da luz a este barrio marinero que es para cogerlo despacio y recorrerlo de arriba abajo pero también al contrario, como pasa con la moviola. Hay detalles que no se perciben en el instante, sino una vez que han pasado. Sin ir más lejos, en la calle Amargura, donde hubo una fragua, todavía hoy están clavadas las uñas del hijo más rubio de Juana la Canastera.

"Huella jonda del héroe' no es una novela y, sin embargo, contiene rasgos que recuerdan inequívocamente el estilo narrativo del autor. En primer lugar, su deliberado apartamiento de senderos trillados: la obra está avalada por un premio para libros de viajes, pero lo menos que cabe advertir es que nada tiene que ver con los dechados convencionales de esta modalidad.

Montero Glez recorre en estas páginas lugares que conoce bien: ese ?profundo sur? que va desde La Línea o Algeciras hasta Granada, Sevilla y Cádiz. Pero los movimientos itinerantes son casi lo de menos, y, de hecho, las esperables notas paisajísticas se reducen a lo esencial. Cuentan sobre todo los lugares -pueblos, barrios, ventas del camino, algunas ya seculares- capaces de despertar asociaciones con seres concretos unidos a la cultura popular: cantaores rememorados con sincera devoción, como don Antonio Chacón, Camarón, el Tenazas, Pericón de Cádiz o Manolo Caracol; poetas y músicos relacionados de algún modo con la tradición folclórica, como Manuel de Falla, Villalón o García Lorca; artistas como Picasso, Cocteau o Lucien Clergue; también amigos personales del autor -caso del pintor Ceesepe o del fotógrafo Alberto García-Alix-, junto a recuerdos de viajeros antiguos, como Rochfort Scott o Richard Ford. Y por debajo de todo ello, como hilo conductor de las reflexiones y sustento mítico de las tierras evocadas, el recuerdo de Hércules y sus memorables proezas.

Porque hay en estas páginas un esfuerzo considerable por mantenerse en el terreno de lo que el autor considera, sin duda, tradición auténtica de las tierras meridionales, pero también un intento de comprensión de sus novedades, como la introducción de algunas formas de rock absorbidas por el cante jondo y asimiladas en parte a sus formas originarias. En cambio, todo lo que significa destrucción, como el envilecimiento de lugares y paisajes a consecuencia del turismo desaforado da lugar a duras observaciones.

Y no se pasan por alto, aunque a veces comparezcan como de refilón, cuestiones como las del contrabando y la evolución sufrida con los años, en que nuevas actividades han desarrollado vocablos nuevos ("buscamani", "gayumberos", etc.), de igual modo que sucede con el léxico nacido de la inmigración ilegal (?pasadores?, ?atunes?, ?tiburones?, ?mojamés?); o se ofrecen inesperadas noticias acerca de las virtudes de algunas plantas, como el carraspique, e incluso algunas sabrosas recetas de cocina, como la de la paniza o la tortillita de camarones.

Hay en este heterodoxo libro de viajes, interesante por muchos motivos, una decidida voluntad testimonial y una adhesión a esa literatura que no huye de la realidad ni trata de embellecerla, lo que explica el desahogo de Montero Glez al confesar con bronca sinceridad su admiración por escritores como Aldecoa frente a ?este nido de envidias y mondongo al que han quedado reducidas nuestras letras?. Precisamente para preservar esta autenticidad del autor, su búsqueda constante de un modo puro de decir, es por lo que hay que recomendarle que no caiga en trivialidades oficinescas de moda, como ?a día de hoy?, que no se compadecen con su modo directo y original de escribir". (Ricardo Senabre, 'El Cultural', 2012)