Somos tan despreciables como aquellos a los que despreciamos. Es una cuestión de proyección, una defensa psicológica: resulta más sencillo disculpar nuestro comportamiento, nuestros errores, que los del vecino. Nos creemos ángeles, seres inmaculados incapaces deembrutecerse, pero en realidad somos ratas -podemos serlo- que no dudan en sacrificar a losde su misma especie cuando el odio, el miedo y la frustración se convierten en rutina, cuandovivir es un juego amañado que no podemos ganar, un truco, una ilusión que nos persigue, que nos machaca las tripas, que nos abre en canal.