No es de extrañar que Jerónimo Bosch (1450-1516) continúe siendo un enigma en la actualidad. Incluso los coetáneos del pintor holandés encontraban difícil de descifrar su obra, y sigue deparando misterios a los historiadores de arte contemporáneos. Parte del problema a la hora de decodificar sus pinturas, impactantes y ricamente alegóricas, reside en que no se sabe prácticamente nada del propio artista, aparte de su lugar de nacimiento. No hay registros de su vida o formación, tampoco cartas, diarios o cuadernos personales, ni vistazos contemporáneos sobre su personalidad o sus pensamientos en cuanto al significado de su arte. Hasta su fecha de nacimiento sólo puede ser adivinada, y eso basado en un dibujo que se presume es un autoretrato, realizado poco antes de su muerte en 1516, y que muestra supuestamente al artista en su sesentena tardía. El Bosco sigue siendo tan misterioso como los mundos que pintó. Aunque arraigado en la antigua tradición holandesa, Bosch desarrolló un rico lenguaje formal fuertemente subjetivo. Con una mezcla de humildad religiosa e ingenio satánico, ilustró tanto las dichas del cielo como las torturas cruelmente imaginativas del infierno. En su mundo pictórico, desbordante de pesadillas surrealistas, la imaginación medieval se enciende en un momento de esplendor final antes de sucumbir al humanismo y el racionalismo moderno. Aunque el hombre en sí continúa siendo un misterio, este libro entreteje los hilos escurridizos de toda la obra de El Bosco en un análisis cohesivo y completo de sus cuadros y métodos visionarios.