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Conspiración, sabotaje, intriga y asesinato, moneda corriente en la vida política de la segunda mitad del siglo XVI. Esta situación marcó las relaciones entre los distintos Estados europeos, creando en el marco de la política internacional recelo y secretismo. Felipe II era consciente de la siituación e importancia de controlar la información para mantener la supremacía imperial de España. Por eso dedicó gran cantidad de recursos a los servicios secretos, conformando la red de espionaje más compleja, mejor organizada y con mayor presencia efectiva de la época. Experto en el arte de la criptografía, su carácter desconfiado y su tendencia natural al secreto lo convertían en el perfecto dirigente de las labores de inteligencia. Los historiadores Carlos Carnicer y Javier Marcos han sabido encajar, las piezas clave que conforman el mapa político de una de las épocas más opresivas, sombrías y sangrientas de la Historia.