Después de La intensidad del vértigo, el autor ahonda en los mismos temas universales que le preocupan, tales como el amor, el paso del tiempo, el ansia por vivir o los miedos por todas aquellas cosas que nos rodean y no controlamos. Todo ello sin abstraerse de un contexto histórico especial, agónico, único y desesperado: la pandemia en la que hemos estado inmersos. Sin embargo, hay un hilo conductor en toda la obra, la sensualidad y la exaltación de los sentidos, vividos desde una madurez que evoca los placeres de la juventud y que busca erizar la piel con un roce, con una palabra, con una mirada.