Miguel Ángel Yusta nos acerca en esta ocasión a un libro plural y universal con dos claras tonalidades. La primera parte es voraz y amenaza con fagocitar cualquier trigo nacido de un surco que habite después. No es un estado peculiar del poeta sino la expresión literaria de un cuerpo social al que él no es ajeno. El poeta no diagnostica, sino que va dejando jalones de tiempo invernal, voces pobres, viejos suburbios. Aparece entonces el auge de los poemas cortos o medianos, que no son un indicio, sino el lenguaje de las criaturas otra vez en la enramada al clarear el alba. Aquí el poeta vuelve a respirar bien y deja que de su herida en el costado crezcan árboles con suave gorjeo en las alturas de los sueños. En palabras del escritor y periodista Valentín Martín, ?pocos autores están tan dotados para la exploración de las zonas crepusculares, mundanas, geográficas o sentimentales. Todas sus búsquedas culminan con la visión de su mundo como ritmo?.